Después de pasar la noche en el departamento galería con los
resabios de la noche poderosamente electrónica en el Parador Análogo en el bar
cabaret La Perla,
el tóxico masivo en la pista de baile en esas noches que se abarrotaba sacudida
en la lujuriosa torsión del beat, y con los rebotes del bajo aún retumbando en
el cráneo, bombardeados los tímpanos, aguardamos el amanecer, y muy temprano al
Metro Tacubaya y hacia La
Marquesa-Toluca-Santiago Tianguistengo.
El camión nos deja en San Cristóbal porque no puede pasar, sin saberse claramente
la razón. Somos seis. Necesitamos un taxi o un colectivo, y más de una hora
después nos enteramos de que hay varias carreteras bloqueadas por lugareños que
protestan por la falta de agua. Nos lo dice el taxista que finalmente aceptó
llevarnos lo más cerca de San Pedro Tlanixco.
Nos dejó a la entrada del pueblo, pero la situación era
bastante encendida. La gente se veía enojada, intimidante. El taxista no quiso
acercarse más, y se quedó con 200 pesos que juntamos. Nuestra sola presencia
cortó el aire y la gente parecía no entender qué hacíamos allí, con esas
vestimentas extrañas, y lentes oscuros, caminar errático, risas de rostros
demacrados, pero logramos pasar la valla de personas hacia el interior de un
pueblo que veía totalmente urbanizado, a diferencia de la visita muchos años
atrás, que era un pueblito de cabañas encaramadas en la montaña.
Caminamos hasta las orillas del pueblo, donde las cabañas
grandes, de ladrillos y techo de dos aguas, con la familia que nuestro amigo
conocía, con los platos más ilustrativos de la psicofarmacopea mexicana, carne
de los dioses con sangre de psilocybe caerulipes; varias carnosas familias de
teonanacatl se alinean suculentamente místicas, con sus torcidas sombrillas
como de cera, largos monjes feroces dragones hidrocéfalos.
La humedad habita como un ente aparte, acaricia las cañadas
con brazos de niebla nutre la bosta y eclosiona con vasta floritura de alcaloides,
al abordaje de los nodos neuronales, las fractales conexiones, fabricaciones
celestiales o pánicas de tejido encefálico. Esos pequeños paquidermos de orejas
alucinógenas y piel rugosa con sabor a tierra santa.
Era la fiesta todavía de unas horas antes. Todavía no daban
las diez de la mañana y ya queríamos masticar alumbre mágico. Lo más sencillo
fue escoger cada quien la familia de su agrado, unas tan pequeñas como racimos
de dedos de feto, o tan grandes como nabo con sombrero vietnamita, estriados y
jugosos hongos de temporada, tomamos el camino de la cañada.
(Continuará…)
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